Vuelvo, por unos días, a España. Hace algunos meses, el poeta y amigo Mateo Rello me invitó a participar en unas jornadas de poesía en lenguas peninsulares, organizadas por la revista que él dirige, Caravansari -un esforzado proyecto de publicación en papel que Mateo mantiene, beneméritamente, contra viento y marea digitales-, el ayuntamiento de Santa Coloma de Gramanet y otras instituciones. Es curioso lo que sucede con Santa Coloma: desde aquellos años de la inmigración masiva de murcianos, extremeños y andaluces, en los que era reconocida como ciudad sin ley (nosotros, hijos de la pequeña burguesía barcelonesa, mirábamos en los 70 aquel para nosotros suburbio con una mezcla de fascinación y horror), la ciudad se ha convertido en un foco de agitación cultural, en el que nunca faltan ferias, jornadas artísticas o literarias, encuentros, exposiciones y lecturas. Y ello gracias al trabajo incansable de autores como Rodolfo del Hoyo -poeta en castellano, primero, y ahora poeta en catalán y afamado escritor de literatura infantil-, Pedro Cano -poeta feliz y feraz-, Joan de la Vega -poeta también, y muy bueno, además de editor de la intermitente pero admirable La Garúa-, el grupo de teatro Lauta, clásico, indestructible, y el propio Mateo Rello, entre muchos otros, así como a la convicción, proveniente acaso de las décadas de obrerismo y rebeldía de la ciudad, de que la cultura desempeña un papel fundamental en el progreso y el bienestar de las personas. Esta tarde se celebra el primer acto, una lectura poética en la que participaremos representantes de las principales lenguas ibéricas: Manuel Rivas, del gallego; Kirmen Uribe, del vasco; Carles Miralles, del catalán; María do Rosário Pedreira, del portugués; y yo mismo, del castellano. Ayer, cuando llegué a El Prat, lo primero que sentí fue el calor: el aire era como una manta. Luego, los olores, el olor de España (o de Cataluña, ya no lo sé): un aroma dulzón, avainillado. Aunque ya anochecía, distinguí dos halcones en el cielo del aeropuerto, clavados en la espesura del aire: oteaban pájaros: limpiaban el firmamento. La luna era todavía solo un esbozo de gajo, un leve garabato de aluminio.
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