Leo el Diario íntimo de César González-Ruano. Es un volumen enorme, de 1161 páginas, que me he traído de España: así tengo la sensación de que no me he ido del todo, aunque, seguramente para ser feliz aquí, debería tener la sensación de que me he ido del todo. Curiosamente, rodeado ya de inglés por todas partes, siento el placer del castellano -de ese mismo castellano que hace apenas algunas semanas leía en Barcelona sin alteración discernible- con una intensidad superior: es como si el idioma propio brillase, superviviente, en un piélago ajeno. González-Ruano es uno de los mejores prosistas del siglo, aunque su talento se malgastara en una calderilla literaria que él producía industrialmente para sufragarse sus placeres de aristócrata aficionado. En los años 50 y 60, se le consideraba el mejor periodista de España y, al final de su vida, ganaba cantidades ingentes con el ejercicio diario de la pluma. También gozaba de una consideración intelectual extraordinaria: colaboraba en todos los medios importantes del país, y le llovían las distinciones y los homenajes. Sorprende comprobar que casi ningún joven lector -ni escritor- recuerde hoy su nombre. O no sorprende. En la entrada de su diario del 2 de mayo de 1964, escribe: "La sociedad paga y costea la presencia del escritor, aunque sea cara, pero no la ausencia. Este es un país de contacto físico, sin imaginación y sin caridad para quien pretende aislarse. Hay que permanecer sobre el asfalto. La capacidad de olvido, entre nosotros, es fabulosa. Hay que morir de pie. Como un árbol". Eso mismo me pregunto yo: si mi apartamiento aquí conducirá también el olvido; si, alejado de ese contacto cotidiano con mis iguales, con la sociedad que constituye naturalmente mi entorno, me alejaré igualmente de su recuerdo y de su estimación. Efi Cubero, una buena poeta que ha tenido la gentileza de enviarme recientemente su último poemario, Condición del extraño, me pedía en uno de sus mensajes que no los olvidara. "No, querida Efi -le respondí yo-, es al revés: no me olvidéis vosotros a mí; yo soy el que se ha marchado". La última anotación del Diario de González-Ruano es del 30 de noviembre de 1965. Dice: "El terror es blanco. La soledad es blanca". Él moriría 15 días después. El comedor en el que escribo estas palabras es blanco.
"Dicen que la distancia es el olvido / pero yo no concibo esa razón..."
ResponderEliminarEn la voz de Los Panchos suena muhco mejor, pero ése es el fondo de este mensaje.
¿Cómo olvidarte, Eduardo? Te digo lo que Efi:
No nos olvides.
Abracísimos
Decía también Unamuno, en su "Soledad", que "Los hombres nunca están más en compañía que cuando se separan". Siempre estás presente, Eduardo. Besos.
ResponderEliminarGracias a los dos, Elías e Isabel, y un abrazo muy fuerte para ambos.
EliminarEstimado Eduardo:
ResponderEliminarHe dado por casualidad (venía del blog de Juan Manuel Macías) con esta "vieja" entrada, y tengo que decir que a González-Ruano lo conocí vía Francisco Umbral, que creo que lo tuvo como uno de sus principales modelos para los miles de artículos que escribió. Lo citaba a menudo. Como persona, no resulta especialmente simpático si no más bien repulsivo, pero, como escritor, es otra cosa, y es lo que más me interesa ahora. Semiolvidado, la leyenda difundida por Umbral dice (no lo puedo comprobar ahora) que escribió hasta el último día de su vida.
Yo leí de él sus memorias "Mi medio siglo se confiesa a medias", que he podido adquirir en dos ediciones diferentes (!!), una en rústica y otra, preciosa, en verde tapa dura, en ferias del libro antiguo. Recuerdo una prosa clara pero creo que se empeña tanto en ocultar que ese libro no es lo mejor de él, aún así, la prosa queda.
Un abrazo
González-Ruano, querido Ángel, ha sido uno de los mejores articulistas (y prosistas) del siglo XX español. Su estilo, natural, limpio, fluido, expresivo, admite pocos parangones. El problema es que era un facha de cuidado y, peor aún, un criminal que, según las últimas investigaciones, mandó a muchos judíos al matadero en el París de la Segunda Guerra Mundial. Así sucede a menudo en la vida: un gran artista es una persona detestable.
ResponderEliminarUn abrazo.