Este fin de semana estaba anunciada la apertura al público de la Central Eléctrica de Battersea. Ahora es un monstruo agujereado, tumbado junto al Támesis como un perro viejo, pero el Ayuntamiento planea convertirla -a la central y a cuanto la rodea; de hecho, quiere crear un barrio nuevo- en un gran complejo residencial, con cientos de apartamentos y centros de congresos y reuniones. Su vida activa no ha sido especialmente larga: se construyó en 1939 y estuvo generando electricidad, a partir del carbón, hasta 1983. A lo largo de estos años se incorporó a la iconografía mundial gracias a que los Beatles la incluyeron en su película Help, de 1965, y Pink Floyd la retrató en la portada de su disco Animals, de 1977. También es el lugar donde vive el protagonista de la película 1984, basada en la célebre novela de George Orwell. Así pues, para que los londinenses pudieran despedirse de la mole abandonada, tal como la han conocido hasta ahora, se organizó la gigantesca visita, a la que quisimos sumarnos mi hijo Álvaro y yo. La organización advertía de que podían formarse grandes colas, pero nunca supusimos que lo fuesen tanto: la hilera de gente cruzaba el aledaño Parque de Battersea, que se extiende casi un kilómetro en la ribera del Támesis, y se bifurcaba otros 500 metros en paralelo a la propia central eléctrica. Aquello era más que una cola soviética o habanera: aquello era propio de la muerte de un papa. Desistimos de pasar toda la mañana de pie, para ver el monumento apenas diez minutos, y decidimos descubrir el barrio. La deambulación nos llevó a un car boot sale, esto es, literalmente, a un mercadillo de maleteros de coche, porque es ahí donde los comerciantes transportan y exponen lo que quieren vender. Aunque la palabra mercadillo ya no califica correctamente aquello que designa: el lugar era enorme. Recorrimos el laberinto de puestos, entre los que predominaban los dedicados al hogar y la tecnología: ropa, electrodomésticos, móviles, ordenadores; también menudeaban los tenderetes de herramientas, consecuencia, probablemente, de la pasión de los ingleses por el bricolaje y el do it yourself. Apenas había antigüedades ni libros, los artículos que prefiero en estas almonedas proletarias. El sitio me recordaba a los Encantes barceloneses (ahora trasladados a una nueva instalación, que ha costado millones y que se ha inundado con las primeras lluvias), aunque en estos todavía quedan antigüedades y libros: transmitía la misma impresión de pobreza, la misma sensación de que todos los que están allí sobreviven malamente a las necesidades de cada día, la misma promiscuidad miserable. Abundan las pieles oscuras: se oyen acentos jamaicanos, español de Colombia, tintineos chinos. Abundan, también, los friquis: el que toca reggae con una flauta, el que hace malabares con latas de cerveza, el que reza entre la muchedumbre. Álvaro descubre, alborozado, unos mamones en un puesto. Los mamones son unos frutos pequeños que en Venezuela, donde los probamos por primera vez, se chupan como golosinas. Rompemos la cáscara con un mordisco cuidadoso y nos metemos en la boca la pelota de pulpa, suavemente dorada. Notamos enseguida el hueso, pero la carne, que parece frágil, se aferra sorprendentemente a la semilla y, en la oposición a la lengua que quiere arrancarla, libera sus dulzuras más ácidas. Es agradable el mamón: un microviaje al trópico. Cuando volvemos a casa, la cola para ver la central de Battersea sigue prolongándose hasta donde alcanza la vista. Es una cola londinense, sin fin ni remisión.
Digresión: la portada de “Animals”, en la que aparece la central de Batttersea, es una de las obras maestras de Storm Thorgerson, fantástico diseñador de cubiertas de discos.
ResponderEliminarThorgerson gustaba de imprimir un toque surrealista a muchos de sus trabajos. Ahí están la daliniana “Wish you were here”, las magrittianas “Bury the hatchet” y “Tree of Half Life”, o esta de “Animals”, cuya fascinante y crepuscular factura al más puro estilo De Chirico, la ha convertido en una de las más icónicas de la historia de la música.
Thorgerson murió el pasado abril a causa de un cáncer, el mismo año en que, como tú relatas, los londinenses se despiden de la vieja central de Battersea antes de su reconversión. A veces el azar y la poesía van de la mano.