Chelsea es conocido por sus tiendas de lujo, por la carestía de la vivienda y por Mourinho. Pese a la presencia maléfica del portugués, es un barrio muy atractivo, en el que calles recoletas cruzan vibrantes avenidas comerciales. No abundan los edificios grandes, sino más bien las casas burguesas, de fachadas austeras, de color crema o salmón, con puertas de madera y aldabas doradas, a menudo flanqueadas por columnas, sobre las que se abren ventanas con visillos. En las esquinas hay iglesias y pubs. También destaca lo que no hay: ruido, salvo en las grandes vías, como King's Road, ni apenas turistas. No siempre ha sido así: en la segunda mitad del s. XIX, Chelsea era un barrio humilde, frecuentado, sí, por artistas, pero sin el glamour que ahora exhibe. En una de sus tranquilas calles, Saint Leonard's Terrace, vivió Bram Stoker, el autor de Drácula. La casa, identificada con la habitual placa azul, es estrecha y blanca. Una larga y gruesa rama de un arbusto plantado junto a la puerta recorre la fachada entera, en la que se abren un balcón protegido por una marquesina, historiada y negra, y varias ventanas. Frente a la entrada hay un pequeño patio, sin vegetación, inmaculado. Al otro lado de la calle, se extienden los jardines del Royal Chelsea Hospital, un inmenso espacio verde donde está enterrada la baronesa Thatcher. Todo es apacible, pulcro, sosegado. Nada sugiere que en esa vivienda donde se diría que ha de vivir el contable de una gran empresa o un juez de apelación, se escribiera una de las novelas de terror que más ha influido en la imaginación de nuestro tiempo. Stoker, irlandés, pasó los primeros siete años de su vida en cama, a causa de diversas enfermedades. Su madre, una feminista militante, entretenía sus largos días de inmovilidad contándole historias de miedo. Acaso estimulado por estos relatos, Stoker se recuperó de sus males y tuvo tiempo de ser campeón de atletismo y presidente de la Sociedad Filosófica del Trinity College, de casarse con una antigua novia de Oscar Wilde, y de ser matemático, funcionario, crítico literario y teatral, y abogado. Muy pronto empezó a escribir cuentos -y luego novelas- de terror, pero su gran obra fue Drácula, publicada en 1897, e inspirada en muy diversas fuentes, aunque su personaje principal parece beber -y nunca mejor dicho- de la figura de Vlad III, o Vlad Draculea, más conocido como Vlad Tepes, "el Empalador", por su afición a ensartar a sus enemigos en un pincho de tres metros y medio de largo, que les era introducido por el ano, fijado al cuerpo con un clavo y puesto en pie, para que el empalado agonizara horrible e interminablemente. Este príncipe valaco, ortodoxo primero, pero convertido al catolicismo después, y que Nicolae Ceacescu, otro benefactor de la humanidad, nombró héroe nacional de Rumanía en 1979, utilizó este divertido método para liquidar a entre 35.000 y 40.000 personas a mediados del s. XV, aunque gustaba también de practicar otras formas de tortura, como amputar miembros, extraer ojos con ganchos, estrangular, quemar, desollar, exponer a los reos a las fieras, asar a la parrilla o desmenuzar con porras y garfios los órganos genitales, tanto de hombres como de mujeres: su capacidad para imaginar castigos espantosos no conocía límites. Vlad remataba la actuación de sus verdugos bebiéndose en una copa la sangre de los asesinados, y ese rasgo vampírico determinó la pasión por los cuellos femeninos del Drácula de Stoker. En la casa de Saint Leonard's Terrace, tan limpia, tan plácida, se construyó esa figura literaria, inspirada en un personaje tan atrozmente real. Pero quizá en Chelsea subyazga un espíritu maligno. Quizá no sea casualidad que allí haya sido creado Drácula, o esté enterrada Margaret Thatcher, o viva Jose Mourinho.
Eduardo: tendría que haber dejado la lectura de esta entrada para mañana: Drácula, la Thatcher y Mou, así de golpe, lo más probable es que me produzcan entrambos (¿está bien decir entrambos cuando son tres?) una hermosa pesadilla esta noche. Ya me veo "empalao", pero a base de bien.
ResponderEliminarEn fin, ya no tiene remedio.
Un abrazo, amigo.
No deja de sorprenderme, querido Elías, el contraste entre la apacibilidad de las costumbres inglesas y la inexpresividad de sus gentes, y las violenas ocurrencias que fabulan. Camba cuenta que, cuando vivía en Londres y asistía a una fiesta, creía que la gente estaba en un funeral, pero, cuando les preguntaba si se divertían, le decían que sí, que se estaban divirtiendo muchísimo. Están locos estos londinenses.
EliminarOtro gran abrazo.