martes, 24 de septiembre de 2013

Londres de noche

Esta madrugada he acompañado a mi hijo Pablo a la estación de Victoria, desde donde tenía que coger el Gatwick Express, por el módico precio de 19.90 libras, para ir al aeropuerto y volver a España. Ni él ni yo conocíamos todavía las madrugadas londinenses, aunque todas las ciudades se parecen de noche: la oscuridad, gelatinosa, las homogeneiza. La mera ausencia de gente transforma los lugares: Victoria no es la misma sin nadie; no es que la percibamos diferente: es que es distinta. Alrededor de la estación había un ejército de zombis. Muchos, en zaguanes o, sin más, en la acera, dormían: algunos, los privilegiados, en sacos de dormir cuya roña añadía una capa aislante más a la prenda, y otros sin nada que los cubriera, encogidos, buscando en la posición fetal el mínimo calor que les permitiera sobrevivir a la intemperie. Ninguno se tapaba con cartones o papeles, como hacen los sin techo mediterráneos, y esa incomprensible desnudez, pese a que todos estaban vestidos, me ha resultado dolorosa. Otros zombis andaban: sin propósito, me parece; con una botella en la mano, o con una bolsa de contenido indefinible, llenos los ojos de tiniebla, insomnes los músculos, reblandecidos. Uno, de pie, apoyaba la cabeza contra la reja de un Sainsbury en cuyas tripas empezaban a oírse los borborigmos de los reponedores y las cajeras y los empleados. Llevaba un gorro casi tan oscuro como su piel, y las manos hundidas en los bolsillos. En los autobuses que pasaban -y que recorrían las calles vacías como extraños teseos sin minotauro-, algunos zombis dormían apoyados en los cristales, o en las barras de los asientos delanteros, o de pie, como los caballos. Asustan los zombis viejos, de greñas originalmente blancas, pero ahora pardas, con la piel y la mirada colgando, arrastrando una muerte harapienta, una muerte caminada y sola. Cuando ya llegaba a casa, han sonado unas campanas: daban la hora. En Londres, donde hay tantas iglesias, las campanas repican con frecuencia, pero con una tenacidad celebratoria. No había oído todavía este lamento cronológico, que parece el de un pueblo, este gotear triste de bronces. La madrugada era muy negra, y el cielo estaba despejado. Esta mañana, sin embargo, ha amanecido con niebla: una niebla tan espesa como la oscuridad que Pablo y yo hemos atravesado de madrugada, una niebla que convierte a los barcos de la otra orilla en sombras aguadas, en realidades apenas cristalizadas, necesitadas de averiguación, como en algunos grabados japoneses. Mientras escribo esto, una urraca, en cuyo plumaje se mezclan la noche y la niebla, se ha posado en la baranda del balcón. Me mira, con movimientos nerviosos, pero finalmente echa a volar y se pierde en la densa blancura que sepulta el río y el cielo.

2 comentarios:

  1. Describes tan bien que una puede imaginarse perfectamente lo que cuentas como si fuesen secuencias de un guión. Me has recordado una noche de agosto, hace ya muchos años, que tuve que dormir en la estación de Euston porque perdí el enlace del tren nocturno, camino de Escocia para estudiar inglés en la universidad de Stirling. Iba sola, desconocía Londres y no sabía dónde encontrar un hotel cercano que me ofreciera mínimas garantías de seguridad y limpieza, así que me sentí más segura en la estación porque rondaba por allí continuamente una pareja de policías. Me busqué un rincón, extendí en el suelo una toalla que llevaba y me coloqué la bolsa a modo de almohada. Vi ese tipo de personajes zombis que describes tan bien pululando por el vestíbulo, pero curiosamente no me asustó su presencia aunque sí me preocupó que uno, bastante harapiento y borracho, me transmitiera algún piojo cuando se tumbó a pocos metros de mí. No quise cambiar de sitio porque podía sucederme lo mismo en cualquier otro; eso sí: sus ronquidos me impidieron echar el más mínimo sueñecito en toda la noche. :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Veo, querida Isabel, que tú también has tenido la experiencia de las estaciones de tren de noche en Londres. Me alegro de que sobrevivieras, y de que sigas con tanta benevolencia este blog. Te mando un beso.

      Eliminar