jueves, 19 de septiembre de 2013

Violencia

Ayer vi en el metro algo extraordinario. Iba a subir al vagón, en Victoria Station -un auténtico hormiguero siempre-, cuando alguien se me echó encima, o, más bien, se me cayó encima. Yo lo aparté, con un movimiento reflejo, de un empujón, y, ya subido al tren, pude ver lo que pasaba. Trastabillando, el hombre rodó unos metros. Otro hombre, vestido con toda la seriedad de un ejecutivo de la City, pero cuadrado como un jugador de rugby, le dijo: Do you think this is funny, you little piece of shit? (o sea: ¿te parece divertido, mierdecilla?). Y, tras la pregunta retórica, le asestó un puñetazo brutal. Al parecer, ya le había propinado otro antes, que fue el que le hizo tambalearse hasta mí. Debo reconocer que el directo fue muy hermoso: ágil, resuelto, rápido; un golpe digno de un buen semipesado. Apenas sonó: los puñetazos son sordos, no como en las películas, donde con cada impacto parece que se cierra una puerta. Descargado el guantazo, el agredido se desplomó y el agresor siguió andando, sin más, hasta perderse entre la multitud que todavía abarrotaba el andén. Alguien ayudó a incorporarse al herido, que se quedó mirando al vagón, como un guiñol descuajaringado: por su semblante de yeso corría la sangre que le manaba de la brecha abierta en la ceja. Llevaba en el pecho una tarjeta identificativa de algún congreso o celebración, y estaba borracho como una cuba. Al parecer, había vomitado en el andén y salpicado a uno que pasaba: el jugador de rugby. Cuando el tren arrancó por fin, el hombre se quedó allí, como una línea discontinua, con la mirada ausente; de hecho, con todo su yo ausente. La gente lo miraba, como lo había mirado todo hasta entonces: sin demasiado interés ni participación alguna, salvo el joven que todavía sostenía al golpeado por el brazo para que no se desplomara. A mí me dejó helado aquella violencia: tan fluida, tan natural, tan sin consecuencias ni escándalo como cualquier otra de los millones de cosas que sucedían diariamente en aquella estación. Alguien se emborracha y vomita, alguien se siente perjudicado y decide apalear al borracho, alguien echa una mano, todos los demás miramos y la vida sigue con devastadora normalidad, como todos los días: el metro funciona, el jugador de rugby acude puntualmente a su trabajo, el ofendido se restaña la herida, duerme la mona y probablemente no se acuerda de nada; y todos respiramos. Esta suerte de anodinia de la violencia, esta incardinación sin relieve de la violencia en la vida cotidiana es lo que me asusta. Los ingleses pueden ser muy gentiles: muchos te ofrecen su ayuda incluso sin que se lo pidas. Pero, en su silencio y su intimidad, conviven minuciosamente con una violencia que se agazapa bajo las formas establecidas de la relación social, bajo el manto puritano y opresivo de lo correcto y lo incorrecto; es más, que prospera con ellos. Ayer presencié cómo se cometía un delito: lesionar a alguien lo es. Pero el mundo no se alteró ni un ápice. Qué miedo.

5 comentarios:

  1. Impresionante. Gracias por tomarte la molestia de contralo con tanta precisión, en cierto modo es una manera de que el suceso no quede impune. Parece una escena de una película de zombies, pero vista desde dentro de la pantalla. Y me da argumentos para reforzar una hipótesis ya antigua: no es casual que las películas de zombies y similares estén tan de moda. Tal vez constituyan una nueva forma de realismo. Saludos.

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  2. Hasta cuando relatas un momento cualquiera de una mañana cualquiera, vale la pena leerte. Ayyyssss cuánto te echaremos de menos.....

    Un abrazo
    Marian

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  3. Gracias a vosotros por vuestras palabras, otra vez.

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  4. Tremenda la escena. Me puedo imaginar cómo te quedaste de pasmado. Los ingleses son así: el tipo más estirado puede ser un el más violento del mundo mundial, y sin que se le mueva una pestaña. La famosa flema británica.

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  5. Eso no es la flema británica, eso es un cafre como una casa. Yo no sacaría conclusiones antropológicas de un episodio típicamente cafre, aunque lo cuentas tan bien que casi lo elevas a categoría, truhán.

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